Días en Trinidad (II). Basura y desidia, dones que no son del cielo



“A Trinidad hay que verla como un municipio especial”, rezaba a la grabadora de un colega el director municipal de Comunales mientras explicaba, lamentos mediantes, cómo la rigidez de la planificación presupuestal no permitía una mayor cobertura para enfrentar el más reciente de los escollos en la llamada Ciudad Museo del Caribe: la basura.

Los extranjeros que transitaron por la ciudad —sobre todo— en los meses de diciembre y enero, debieron pegarse muecas de desconecto en el rostro a juzgar por las diferencias entre la pulcritud de las postales y la vida real. O quizás pensaron que las latas, los vasos desechables, las bolsas de basura frente a las casas y los vertederos, cual guardianes de esquinas, aguardaban también como testigos de las vidas pasadas. Basura patrimonial de tiempos decimonónicos, habrán pensado…

Lo de Trinidad hoy simula la siguiente maldición de los esclavos africanos y la basura parece mancharle la imagen con tintes permanentes, como si una sombra de mugre se estuviese tatuando en la piel de la ciudad a la par de palitos y papeles de chicle parasitando la arena que bordea las piedras de la calle, o el vaho de comida descompuesta que aniquila la frescura de las brisas de la montaña.

Como ya dije una vez, a la basura de este pueblo le construirán pedestales dentro de poco, al menos si nos dejamos dominar por ella. O si continuamos viendo a Trinidad como la gallina de huevos de oro que no dejamos de explotar, a expensas de darle más cargas que cuidado sin pensar que un día puede no resistir más.

Cuando de obtener divisa se trata muchas veces se olvida que la aparición de mejorías suele venir con otras cruces a cuestas. Si se pensó engordar el polo turístico de Trinidad sin una infraestructura logística de apoyo a las nuevas vicisitudes que generan, por ejemplo, la duplicación de los visitantes, los negocios por cuenta propia y el consumo de recursos naturales, pues sépase que los proyectos han nacido torcidos desde el inicio.

Que Trinidad se haya visto ahora mismo ahogada en sus propios desperdicios no denota otra cosa que la falta de previsión y de coordinación entre instituciones, empresas y organismos del territorio.

A estas alturas, con 8 000 trabajadores por cuenta propia —la mayoría entre hosteleros, dueños de paladares y cafeterías—, con altas dosis de población flotante de Cuba y el mundo, con epidemias que amenazan con deteriorar la imagen de la salud pública del país, que esto sea cuestión de olores y visualidad nos debería hacer respirar profundo.

El problema, nadie lo dude, pudiera ser peor.

Escambray ha citado datos interesantísimos: Trinidad produce casi la misma cantidad de basura por habitante que las grandes urbes europeas: “se promedia alrededor de 1,9 kg, número muy elevado si tenemos en cuenta que España, o Brasil, están alrededor de los 2 kg por habitantes al día”.

33 trabajadores de comunales tienen que hacerse cargo de un promedio de 340 metros cúbicos de basura diarias. No hay que sacar la cuenta. La cifra no da…

El director de comunales lo sabe, pero debe ceñirse a planes de presupuesto anuales, a plantillas que no pueden crecer, a la falta de esto y de aquello… a hacer el mismo trabajo que hace unos cinco o 10 años atrás.

Y lo de la gente, que es solo deshacerse de lo que sobra en casa, debería ir amparado por la conciencia. Pero cuando esa conciencia falta en ambas caras de la moneda, la cuerda tensada comienza a quebrarse. Sucederá como en el síndrome de la pierna fracturada: nos dolerá cuando el daño nos toque a nosotros mismos.

Este es otro capítulo del culebrón de problemas que puede traer el crecimiento de un polo turístico cuando anda inversamente proporcional a la mentalidad de quienes lo capitanean. Es hora de ver Trinidad como una promesa a la economía cubana que va en ascenso, no como una ciudadela más que aporta buenas sumas. Y ya si de sumas hablamos ¿no pudieran invertirse parte de sus propias ganancias en la evolución coherente de esta ciudad (amén del 2 % destinado a la Oficina del Conservador)? ¿Qué fue de aquellos proyectos de desarrollo local?

Trinidad pide más estrategias y menos olvido, pide ser tratada más como princesa y menos como plebeya. Trinidad pide, sobre todo, menos desidia, un defecto que pulula junto a la basura como dones emanados de un lugar que no es precisamente el cielo.


Fotos: Roxana Carretero Soris

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